No temáis por las cosechas
Que aunque hiciese buen tempero
No crece trigo en trincheras" (La Bullonera)
Llenemos el Castellar de renovables y los militares que se
vayan por donde vinieron
A principios de los años 70, la familia Castro-Merino vivía
y trabajaba en la Paridera de Cuéllar. El nombre no debe llamarnos a engaño: se
trataba de una gran explotación agraria, mayormente ganadera de ovino, que se
encontraba en el Barranco de los Lecheros, en el Monte del Castellar, con su casa,
sus corrales, sus campos de cereal, su acampo de pastoreo, su balsa y su reloj
de sol fechado en 1778, al norte del término municipal de Zaragoza. aparceros,
guardeses y pastores hacían sus faenas y el amo se cobraba su parte del
beneficio, como habría sido desde que la construyeron, y puede que desde antes.
Y así transcurría la vida de estas familias campesinas,
hasta que, como a tantas otras, el Régimen de Franco decidió joderlas:
En 1974, en las altas instancias madrileñas del Ministerio
del Ejército de Tierra a alguna cabeza pensante se le ocurrió la brillante idea
de ampliar el Campo de Maniobras de San Gregorio: el terreno adquirido por el
Estado en 1910 se quedaba pequeño y había que deslumbrar al mundo con el Campo
de Maniobras más extenso de Europa: tendría más de 100 km de perímetro y casi
35.000 hectáreas de extensión, la tercera parte del término municipal de
Zaragoza y parte del de Tauste. Por supuesto se utilizó el infalible método de
la expropiación forzosa. En tiempos de Franco no había estudios de impacto
ambiental, ni participación ciudadana, ni vainas en vinagre: cuatro perras pa'l
amo y pa la chusma un coscorrón si alguien levantaba la cresta.
Como consecuencia, la Paridera y sus tierras serían
expropiadas, el amo cobraría su indemnización y aparceros, pastores y guardeses,
como tantas otras de Aragón afectadas por pantanos, expropiaciones o
simplemente el desplome de los precios agrarios, sin trabajo ni propiedad
alguna, tuvieron que buscarse la vida. En el caso de la familia Castro-Merino
tocó hacer el montante y marchar a buscar mejor suerte a Barcelona con lo
puesto.
Es obvio que el Monte del Castellar no era ningún
"secarral abandonado", ni mucho menos, era una tierra ocupada desde
los primeros almogávares aragoneses, según cuentan las crónicas, que
construyeron los castillos que le dan nombre antes incluso de conquistar el
Reino Taifa de Zaragoza. Desde entonces, y hasta la expropiación por el
Ministerio del Ejército, esa tierra que fuera aprovechada por labradores y
ganaderos, hoy está abandonada a las bombas; hasta el punto de que cuando los
vecinos del Cascajo y el Rabal suben de romería a la ermita de San Gregorio, a
primeros de mayo, deben pedir permiso a la Academia General Militar, que les
pone la oportuna escolta de Policía Militar no sea que alguien se despiste, se
salga del camino marcado, se tropiece con una bomba sin explotar y tenga un
disgusto, que no será la primera vez que hay heridos así.
Poco se habla de este "pantano de bombas" que
tiene la ciudad de Zaragoza, ocupando la tercera parte de su término municipal,
desde hace casi ya 50 años. Hoy, prácticamente es la única zona rural del
extenso término Zaragoza (1000 km cuadrados) donde no hay ningún parque eólico.
Pues en Estado Aragonés, firmes partidarios de las energías
renovables y fuertemente comprometidos en la lucha contra el Calentamiento
Global, consideramos que el "soldado español" no es ninguna especie
protegida que por su estancia en el territorio deba evitarse la ubicación de parques
eólicos, en una zona donde le pega bien fuerte el cierzo, por cierto. Es más,
tenemos la certeza de que el "ejército español" es una especie
invasora, aunque se nos haya aclimatado mejor que el siluro, el cangrejo
americano o la mosca negra, porque sabemos que vino con el Regimiento Numancia,
en 1714.
Proponemos, por tanto, que el Ejército abandone el Castellar
y revierta esas tierras a la Ciudad de Zaragoza, y que se plantee, con todas
las garantías medioambientales y sociales, la ubicación de los parques eólicos
y fotovoltaicos que sean menester que, aún siendo conscientes de sus impactos
ambientales, sabemos seguro que dan menos mal que las bombas.
Andrés Castro Merino, uno de los hijos de aquella familia de
emigrantes, de oficio albañil, (re) fundó nuestro partido, Estado Aragonés, en
Barcelona en 2006, recogiendo el testigo del que fuera militante del partido y
Secretario del Congreso Autonomista de Caspe de 1936, José Aced, a quien
conoció en la Casa de Aragón de Barcelona, así que sí, también todo esto es, un
poco, personal.
Chunta Direutiva
Estado Aragonés